La noche
del 5 de enero es la más mágica del año para toda la familia. Al llegar de la
cabalgata real por la noche o en la mañana del día 6, encontraremos bajo al
árbol de Navidad o junto al Belén juguetes para los pequeños y los no tan
pequeños de la casa.
Pero si
hay un protagonista en la sobremesa de estas fechas tan señaladas es el Roscón
de Reyes. Este dulce cuenta con una gran tradición, de hecho, las pastelerías
más renombradas suelen registrar en estos días largas colas de clientes que
esperan pacientemente su turno para comprar uno. Sus orígenes son un sencillo
bollo dulce en forma de rosca adornado con frutas escarchadas o confitadas de
diferentes colores, simulando las joyas que lleva una corona real, al que se le
introducen sorpresas, en forma de figuras reales, así como la poco deseada haba.
La traición dicta que a quien le salga el rey será coronado por un día. Por el
contrario, el que encuentre el haba en su ración de roscón deberá pagarlo.
Como dice
el refrán, “en el Roscón hay muy bien escondidas una haba y una figurita. El
que lo vaya a cortar hágalo sin travesura. Quien en la boca se encuentre una
cosa dura a lo peor es el haba o a lo mejor es la figura”.
Originalmente no se rellenaba aunque en muchas pastelerías, desde hace pocos años, se endulzan con nata, chocolate, crema o cabello de ángel. Pero cuando el roscón es bueno de verdad no necesita ningún añadido. Nada mejor que desayunarlo, comerlo o merendarlo acompañado de una taza de chocolate caliente. Así lo hacemos siempre en casa, desde que era una niña.
¡Feliz
noche!
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